martes, 2 de abril de 2013

Sobrevivir | Capítulo II

Espero a que ella comience a hablar, ni loca inicio yo la conversación. Además, es ella quien debe informarse acerca de mis capacidades y experiencias, es ella la que va a decidir si darme o no el trabajo.
—Antes que nada —rompe el silencio con su dulce voz—, no tienes porqué estar nerviosa, ¿si? Con verte me doy cuenta de que eres una buena chica, y creo que al final de esta entrevista no tendré dudas.
Uf, menos mal. Dicen que las primeras impresiones son las más importantes y, al parecer, yo causé una muy buena. Comienzo a relajarme poco a poco.
—Muy bien, ¿qué edad tienes, Kagome?
La tranquilidad que había adquirido se desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Es decir, técnicamente, no pueden poner a trabajar personas menores de edad, y yo tengo diecisiete años.
—Dieciocho —miento. En realidad, no tanto, ya que faltan dos meses para mi cumpleaños.
—Eres bastante joven —me mira por un momento, y temo que note que no estoy diciendo la verdad. Soy una pésima mentirosa—. Pero está bien, buscamos personal de tu edad. Y, dime, Kagome, ¿qué rol te gustaría desempeñar en la revista?
—Me gusta muchísimo el diseño gráfico, de hecho, cursé cinco años en un instituto —respondo, entusiasmada, orgullosa de mi capacitación.
—Oh, qué bien. De casualidad, ¿no tienes algunos diseños que hayas hecho para mostrarme?
¿Diseños? ¡Diseños! Espero haber traído por lo menos uno, pero los nervios me impiden recordar. Le hago una seña para que me aguarde un momento y me pongo a investigar en mi bolso. Gracias a Dios y la virgen tengo un pequeño folio en el que, hace algunas semanas, había guardado un par de dibujos para mostrarle a Rin.
—Sí, aquí tiene algunos —le alcanzo el folio y ella lo toma con una sonrisa.
Los saca y mira cada uno con mucho detenimiento. Yo la observo ansiosa mientras pasea sus ojos café por toda la hoja. No sé exactamente cuánto tiempo transcurre, puede que unos tres minutos, pero a mí me pareció una eternidad. Tanto, que estuve a punto de comenzar a morder mis uñas, pero me detuve justo a tiempo. Finalmente termina de verlos y asiente, satisfecha.
—Son muy bonitos, Kagome —aún sigue mirando algunos—. En verdad tienes talento.
—Muchas gracias, es lo que más me gusta hacer.
Luego de eso ya estoy definitivamente tranquila. Ella continúa haciéndome preguntas, y yo respondo sin titubear, segura de lo que digo. Por suerte, no tengo que decir más mentiras. Parece que mis dibujos le gustaron mucho, ya que me pidió permiso para quedarse con algunos. Yo, por supuesto, le dije que tomara los que quisiera, que tenía muchos más en casa. Los guardó cuidadosamente en una gran carpeta negra.
—Bien, Kagome, sería una tonta si no te aceptara en Style Magazine —dice, cuando nos estamos despidiendo, y suelta una breve carcajada—. Mañana comienzas tu trabajo aquí.
—Muchísimas gracias, Izayoi —le respondo con una sonrisa al tiempo que estrecho su mano.
En verdad me cayó bien, es una gran persona. Y creo que piensa lo mismo de mí. Nos terminamos de despedir y yo salgo a la planta. Oh, Sango no está aquí para guiarme a la salida, tendré que hacerlo por mi cuenta. ¿Qué demonios hago ahora?
Trato de rememorar el camino que seguimos, y me enfado conmigo misma por no haber prestado un poquito más de atención a mi alrededor. Este edificio es gigante, y cada rincón por el que paso me resulta idéntico al anterior. Estoy bajando la segunda escalera cuando choco con alguien y mi bolso cae al suelo.
—¿Podrías tener más cuidado? —me dice una enojada voz masculina. Levanta la vista para verme, tiene unos extraños ojos dorados. Tiene el pelo rubio claro, despeinado—. Oh, lo siento, linda.
Ignoro su comentario y me agacho para recoger mi cartera, pero él lo hace antes que yo y me la entrega.
—Gracias —digo tímidamente, este hombre me causa escalofríos.
—No hay de qué —sonríe dejando ver sus blancos dientes—. ¿Cómo te llamas, preciosa?
—Ka… Kagome Higurashi —mis nervios aumentan, en verdad me intimida con su intensa mirada ambarina.
—Inuyasha Taisho —se presenta solo, ya que no le pregunté su nombre—. Un gusto conocerte.
—Igual —de pronto se me ocurre algo, ¡él puede ayudarme! Seguro que trabaja aquí y conoce el edificio—. Oye, ¿podrías indicarme dónde está la salida?
—Si quieres te acompaño, podrías perderte —sonríe de forma engreída, es obvio que está burlándose de mí. Ya está empezando a caerme mal—. Ven, sígueme.
Nos dirigimos a un ascensor que nos abre rápidamente las puertas. Es un cuadrado bastante pequeño, con espejos en las tres paredes. Inuyasha me hace un gesto invitándome a pasar primero. Luego de meterse él también, presiona algunos botones, las puertas se cierran y comenzamos a descender.
No paso por alto que el ascensor va exageradamente lento. Suelen ir a mayor velocidad, y no tardan más de un minuto en bajar cinco pisos.
—¿Qué edad tienes, preciosa? —me pregunta de pronto, interrumpiendo mis cavilaciones.
—Diecisie… dieciocho —agradezco haber notado a tiempo mi error. Style Magazine seguro es de esos lugares en los que los rumores corren rápido—. Y mi nombre es Kagome.
—Claro... linda —me dedica una media sonrisa y guiñándome el ojo; bufo al tiempo que le dirijo una mirada asesina—. Yo tengo veintiuno, por si te interesa.
No, de hecho, no me interesa. Siento ganas de gritárselo en la cara.
Lo miro y hago un breve asentimiento, deseando que se calle. ¿Por qué estamos tardando tanto en bajar? Esto me está exasperando.
—Eres muy callada, ¿cierto? —pregunta, mirándome fijamente. 
—Sólo con las personas que no me agradan —no intento evitar que se note mi enfado.
—Wow, ¿me estás diciendo que no te caigo bien? —se pone una mano en el pecho y mira al techo teatralmente—. Creo que voy a morir, ¡una hermosa señorita me detesta! ¡¿Qué he hecho para merecer esto?!
Aunque no quisiera, suelto una risita boba. ¿Será verdad que le parezco hermosa? ¡Idiota! ¡No lo escuches!, me grita mi subconsciente.
—Mira, te he sacado una sonrisa —habla en tono dulce, mirándome directo a los ojos—. Tienes una risa muy bonita, deberías reír más a menudo.
No puedo evitar sonrojarme. Bajo la vista a mis pies.
—Gracias —digo, en un susurro apenas audible.
Escucho cómo toma aire para decir algo, pero el ascensor se detiene y las puertas se abren. No sé si alegrarme de que por fin pueda salir de aquí, luego de una eternidad, o lamentarme por no poder saber qué iba a decirme.
Salimos sin decir palabra. Lo sigo hasta las amplias puertas de vidrio que dan a la calle. Estaba a punto de salir cuando me toma del brazo.
—¿Te vas a ir sin despedirte de mí? ¿Y sin darme las gracias? —me muestra otra de sus hermosas y blancas sonrisas.
—Gracias por ayudarme. Adiós, Inuyasha —le devuelvo el gesto, pero sigue sin soltarme.
—¿Quieres tomar un café conmigo? —veo la ilusión en sus ojos. Estoy tentadísima a decirle que sí, es decir, ¿quién se negaría a alguien con esa mirada?
—Me encantaría, pero no puedo, lo siento —agacho un poco la cabeza—. Se hace tarde, pronto va a oscurecer y tengo que volver caminando a casa.
—Yo puedo llevarte —no se rinde—. Por favor, yo invito.
Lo pienso un momento. Un chico muy guapo está invitándome a tomar un café, y además cree que soy bonita y que tengo una linda risa. ¿Cuántas veces me pasó eso? Sin contar a Hoyo, que era mi pretendiente desde hace unos cuantos años, pero a quien siempre vi como un gran amigo. Sería tan idiota si me negara a esta invitación…
—De acuerdo —él sonríe, feliz—. Pero un rato, tengo cosas que hacer.
Se ríe y me toma de la mano. No puedo evitar ruborizarme.
—Conozco un lugar perfecto, no está muy lejos de aquí.
Vuelve a guiarme, como en la Style Magazine. Sus dedos están entrelazados con los míos, y aprieta con fuerza mi mano. Siento cosas en el estómago, ¿cómo es que le dicen? ¿Mariposas?

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